martes, 21 de septiembre de 2010

Tú tienes algo que yo no tengo

-Tú tienes algo que yo no tengo.

Ariadna tembló, cuando vio avanzar al Sr. Ramírez por el estrecho almacén, con los ojos golosos y la calva sudada y grasienta, con su paso de paquidermo, de cetáceo, de dinosaurio, del que no tiene prisa porque sabe que no hay escapatoria, que finalmente llegará y le quitará a Ariadna lo que el no tiene.

Mientras avanza el Sr. Ramírez, con la misma elegancia que el camión de la basura, Ariadna lo observa fascinada, y anota varios detalles importantes; la chaqueta color crema de cacahuete tiene un botón a punto de caerse, y una mancha de aceite en los pantalones grises, que se le han quedado pequeños.

El Sr. Ramírez también aprecia que Ariadna tiene una carrera en las medias, que los puños de su camisa están desgastados de tantas jornadas laborales, y que a través de ella se le transparenta un sujetador esmeralda.

-Tú tienes algo que yo no tengo. Y me lo vas a dar.

En las palabras del Sr. Ramírez hay autoridad, decisión, firmeza, virtudes por las cuales el año pasado fue nombrado jefe de sección, y en el silencio de Ariadna hay sumisión y miedo, razones por las cuales lleva cinco años de cajera. La política laboral de la empresa no es distinta a la de otras.

Ya están tan próximos que Ariadna puede sentir el aliento del Sr. Ramírez, y adivinar que ha comido frijoles con carne de puerco, media botella de vino barato, un café con leche y dos copas de aguardiente, mientras que ella se ha conformado, que remedio, con una ensalada que trajo de casa y una manzana que todavía no le había dado tiempo de terminar cuando apareció el Sr. Ramírez.

Cuando ya están muy cerca, tan cerca que se respira el peligro, Ariadna le sonríe al Sr. Ramírez, y por un momento este piensa que si, que se lo va a dar, así, por las buenas.

Y Ariadna se lo da.

Cae la manzana de su mano y surge un cuchillo, tan rápido que casi no se ve como entra en la barriga del Sr. Ramírez.

-Claro que se lo doy, todo suyo, faltaría más.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Y los perros siguen ladrando (III)




De pequeño creía que mi hermano, Juan Ramón, era una estrella. No sé si alguien me lo había dicho, o lo había leído, o simplemente era una invención mía, esa de que los niños, cuando se morían, se convertían en puntos de luz en medio de la noche. Es curioso tener nostalgia de alguien al que nos has conocido. El único recuerdo que me dejó fue una pequeña tumba de cemento en el camposanto de Puxeiros.

Ensayo el discurso para el día de la Reconquista, y me imagino que no soy yo quien se dirige a las tropas francesas, sino mi hermano, y que yo le sonrío bajo el balcón. Siempre he tenido miedo. El valiente es siempre Juan Ramón.

Para dormirme siempre repaso mis obsesiones, y me sobreviene un gusto atípico por las matemáticas. Hace un millón de años contaba escaleras al cielo o países que no salían en los mapas, después comencé a registrar naufragios o laberintos, ahora anoto los pasos que me separan de mi última playa.

El cobarde que se atreve, pero también por miedo, por ese temor existencial a no vivir lo suficiente. Las asignaturas pendientes son todo aquello que pudiste pero que no quisiste. ¿Hacia donde va ahora la izquierda abertzale, definitivamente sin voz ni voto?

Lo importante es caminar, dar un paso y después otro, no quedarse quieto. Si no te mueves es como si estuvieses muerto. Quiero ser siempre joven para ti, y mi cuerpo no obedece, y mientras estoy escribiendo estas líneas se va degenerando, poblándose de arrugas, me va cayendo el pelo, los dientes se oscurecen.

Ya son las cinco de la mañana y los perros, maldita sea, siguen elevando sus ladridos sobre las invocaciones satánicas de Thebon, el vocalista de Keep of Kalessin. Si, finalmente he tenido que recurrir a esto para que no me mate ese cardúmen de nostalgia que me habita, y aún así sigo sintiendo un hambre infinita de tus besos. ¿A dónde se van todas esas ternuras que estamos perdiendo mientras mis ojos viajan al corazón de las tinieblas?.

martes, 7 de septiembre de 2010

Y los perros siguen ladrando (II)



Repaso las novedades discográficas del Mondo Sonoro y las comparo con las de hace cuatro años, en un ejercicio, otro más, de nostalgia. El 2 de febrero de 2004 llegaba al concierto de Violent Femmens y The Soundtrack of Our Lives notablemente ebrio, gracias a una tarde de licor café en la Novena Puerta y a una botella de Abadía de San Campio que acompañó la cena armenia en la Ovella Negra.

Ahora leo la crónica musical y soy consciente de que era otro Apocalipsis el que estaba allí. Hedonista, nihilista, catártico, aventurero y bastante cínico.

Hay un gato negro cruzando la explanada y Thor explota de locura, ciego por cobrarse su botín. Es más rápido el gato, y desaparece en medio de la noche. También mis ideas desaparecen y no logro mantener un discurso coherente, así que disminuyo el volumen del reproductor y me hago otro café suave, para pensarte.

No me ayudan los tragos de la botella de agua que compré antes de venir, en la que compruebo la presencia de E-242 y E-11, acesultamato K y ácido cítrico, a hacer la digestión de los tortiglioni con pomodoro e peperoni de la cena, ni las recientes noticias del golpe de estado en Timor Leste, recién servidas en la primera edición del diario local.

A veces me sobrevienen unas ganas tremendas de encerrarte en un abrazo y entonces un aliento gélido se entretiene entre mis extremidades superiores, para recordarme el tiempo y la nostalgia.

Malditos perros, no pararan de ladrar en toda la noche. ¿Qué significará flugrekorder nicho öffnen? No quieras saberlo todo, porque las respuestas también duelen. Hay noches pesadas como enormes porqués, apenas una franja de luna que parece reírse de mí, en medio de unas tinieblas que entablan un diálogo continuo entre el océano y el cielo.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Y los perros siguen ladrando (I)


Pasan trece minutos de las tres de la madrugada, dejando atrás el ecuador de la jornada laboral, y los perros siguen ladrando. No han parado de ladrar en toda la noche, como si oliesen una tormenta, a pesar de que la atmósfera es cálida y el mar está tranquilo. Quizás ellos intuyan algo que yo no puedo percibir, algo que puede ocurrir en cualquier momento y cambiarlo todo para siempre.

Menos mal que esta noche tengo una selección de death, doom y black metal suficiente para alejar a cualquier fantasma que ose venir a molestar mi vigilia: Tiamat, Opeth, Rammstein y, por si fuese necesario, el “Armada” de Keep of Kalessin.

He intentado continuar con mi crónica romana, pero ahora que ya llevo casi una docena de páginas escritas me parece una perdida de tiempo considerable, y me dan ganas de destruirla, aunque no me atrevo a hacerlo por ese barniz de vanidad que todavía conservo.

Por suerte o por desgracia me he encontrado el periódico del domingo, y he podido distraerme con historias más interesantes que las mías, como las de Eufrosina Cruz o las de Kang Kek Ieu. Me van a volver locos estos perros, o los fantasmas que resisten al volumen brutal de mi reproductor de discos compactos, porque se alimentan de los silencios que anidan en mi cabeza.

No, no es noche para escribir, y sin embargo insisto, otra vez buscando un antídoto contra la locura. Siempre me pongo nervioso en los días previos a un nuevo viaje, y más aún cuando, como ahora, se acumulan las facturas de los billetes de avión, del seguro del automóvil, de las tarjetas de crédito, de la ropa que compré en las rebajas y de las suscripciones anuales.

Es difícil pensar solo con la mitad del cerebro, mantener el equilibrio con la mitad del cuerpo, respirar con la mitad de los órganos. No pensar, no caminar, no respirar.

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