miércoles, 1 de septiembre de 2010

Y los perros siguen ladrando (I)


Pasan trece minutos de las tres de la madrugada, dejando atrás el ecuador de la jornada laboral, y los perros siguen ladrando. No han parado de ladrar en toda la noche, como si oliesen una tormenta, a pesar de que la atmósfera es cálida y el mar está tranquilo. Quizás ellos intuyan algo que yo no puedo percibir, algo que puede ocurrir en cualquier momento y cambiarlo todo para siempre.

Menos mal que esta noche tengo una selección de death, doom y black metal suficiente para alejar a cualquier fantasma que ose venir a molestar mi vigilia: Tiamat, Opeth, Rammstein y, por si fuese necesario, el “Armada” de Keep of Kalessin.

He intentado continuar con mi crónica romana, pero ahora que ya llevo casi una docena de páginas escritas me parece una perdida de tiempo considerable, y me dan ganas de destruirla, aunque no me atrevo a hacerlo por ese barniz de vanidad que todavía conservo.

Por suerte o por desgracia me he encontrado el periódico del domingo, y he podido distraerme con historias más interesantes que las mías, como las de Eufrosina Cruz o las de Kang Kek Ieu. Me van a volver locos estos perros, o los fantasmas que resisten al volumen brutal de mi reproductor de discos compactos, porque se alimentan de los silencios que anidan en mi cabeza.

No, no es noche para escribir, y sin embargo insisto, otra vez buscando un antídoto contra la locura. Siempre me pongo nervioso en los días previos a un nuevo viaje, y más aún cuando, como ahora, se acumulan las facturas de los billetes de avión, del seguro del automóvil, de las tarjetas de crédito, de la ropa que compré en las rebajas y de las suscripciones anuales.

Es difícil pensar solo con la mitad del cerebro, mantener el equilibrio con la mitad del cuerpo, respirar con la mitad de los órganos. No pensar, no caminar, no respirar.

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