sábado, 1 de enero de 2011

Un tiro frente al espejo


Me metí un tiro frente al espejo, una nube blanca que me cegó con una ráfaga de cristales, salté por la ventana y las aceras recibieron sin entusiasmo los fragmentos de este contenedor de recuerdos que estaban pidiendo un Apocalipsis a gritos. Las tinieblas cubrieron rápidamente mis huesos, se adueñaron de la poca voluntad que me quedaba, y sonreí estúpidamente al internarme en los callejones donde todos los cuchillos llevaban escrito mi nombre.

Desde los escaparates me miraban con indiferencia una pléyade de maniquíes de curvas pronunciadas, provocándome a rasgar sus ropas de temporada y derramarme entre sus piernas de plástico. Puede ser que otra noche cediera a la tentación de los ladrillos y me encerrara en mi refugio con una de estas meretrices silenciosas, para invocar a la locura y ahuyentar a los fantasmas que aún insisten en fijarse a mis paredes desconchadas. Pero en esta era poderosa la llamada de la carne y ya no tenía razones para ignorarla, o las había olvidado en el mismo momento en que había aspirado aquel rabo de nube.

No quería testigos incómodos, así que evite los tugurios del puerto, donde la cicatriz que me atraviesa la siniestra, el infierno de mis ojos ambarinos y la facilidad con que mi navaja salía del bolsillo eran bien conocidas. Entorno a los antros del centro había una legión de jóvenes intentando aparentar los años y la crueldad que les faltaban para convertirse en alguien de mi especie, y se entretenían golpeando a los mendigos que dormían en los cajeros, acorralando en los portales a sus compañeras de clase y entregando al fuego a los contenedores de basura sobre el asfalto.

Ninguno de ellos me mantuvo la mirada, porque el respeto camina las noches de la mano del miedo, y desde lejos se veía que ellos tenían algo que perder y que yo ya lo había perdido todo. O casi, porque todavía oscuros deseos se movían por mis venas, pidiendo ser satisfechos.

Un neón intermitente me mordisqueo las pupilas y un ejército de hormigas se movió en mis testículos, era una señal tan buena como cualquier otra, así que empujé a un par de borrachos que dudaban ante la puerta y me interné en el local. Avance hacia la barra bajo una luz mortecina bajo la que se movían un puñado de cuerpos sobreexcitados por la ingestión masiva de diversos alcoholes y estupefacientes, y para no desentonar pedí un whiski doble y dibujé una raya de nieve sobre la misma barra, y ambos desaparecieron con la velocidad del orgasmo de un eyaculador precoz.

Una de las jóvenes que se contorsionaban en la pista se apercibió de mi maniobra y dejó de escuchar la música. En el poco tiempo que tardo en decidirse yo ya tenía otro whiski doble y otra nube sobre el mostrador, se acerco a mí, cogió el billete enroscado que blandía mi mano y se metió un tiro con ánimo de suicida. Después se largó un trago largo de escocés y me hizo la respiración artificial sin mediar ni una sola palabra.

No eran necesarias, su lengua tenía su propio idioma, y con el fabricaba un montón de promesas mientras recogía las mías. No era una chica guapa, ni tampoco fea, ni me importaba que tuviese los pechos duros como duraznos o el aliento afrodisíaco. Solo que me siguiese sin hacer preguntas, alentada con la esperanza de volar los abismos que le esperaban en mi guarida.

El trayecto se me hizo eterno, y parecía que íbamos a aprovechar todos los portales para simultanear polvo de estrellas, manos y lenguas cada vez más ligeras, y tragos de la botella había aparecido, por arte de magia, bajo mi abrigo. A nuestro alrededor, un ejército de bastardos seguía golpeando mendigos, acorralando a sus compañeras y quemando contenedores, pero poco a poco se fueron desvaneciendo, como un decorado inútil.

En mi guarida me metí el último tiro frente al espejo, y el lavabo empezó a teñirse de sangre. Sobre la cama una muñeca rota dibujaba una sonrisa estúpida: eran los restos de mi cacería.

1 comentario:

  1. Todo parece perdido, cuando lo que se invoca son apocalipsis, todo roto... O quizá sea al revés y resulte ser el único grito capaz de salir a través de los ojos, cuando se está rodeado de cenizas.

    No lo sé, A, no sé qué decir; tampoco lo supe la otra vez que leí este texto tuyo, excepto que tus palabras llegan, siguen llegando, a pesar de, o aunque sea en forma de desgarro.

    Un abrazo cálido, ahora que el frío hace de las suyas.

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