Algunos
dicen que este lugar está habitado por fantasmas, y que el que se aventura a
entrar en el no regresa jamás, otros dicen que hay una maldición sobre el
parque de atracciones, aunque no son capaces de precisar cual, o cambian de
versión según el pueblo donde la han escuchado, leyendas sobre un payaso que
enloqueció de celos y disparó contra la taquillera de la montaña rusa y después
contra los niños que hacían cola con nubes de algodón en las manos, o sobre cómo
se desprendió una de las cabinas de la noria cayendo encima de la barraca de
tiro, y aunque mi memoria es bastante frágil puedo decir que ninguna de ellas
es realmente cierta, porque la verdad es bastante más terrible que todo esto, y
si hay algún culpable de que se apagaran las luces de verbena y dejaran de
girar los tiovivos, ese soy yo, su último habitante, que sigo vagando entre los
hierros corroídos por el tiempo, en busca de gargantas que se ofrezcan a ahogar
mis gritos, soy yo quien anima a los aventureros a correr en el túnel del
terror, a sentarse en las butacas desvencijadas de la carpa circense, a buscar refugio en las jaulas de las fieras,
a jugar al escondite en la casa de los espejos, aunque cada vez recibo menos
visitas, porque ya son pocas las jóvenes parejas que buscan satisfacer aquí mis
instintos, burlándose de los fantasmas al pasar bajo el ajado letrero del
parque, al que ya le han caído la mitad de las letras, o los intrépidos
muchachos que ponen en juego su hombría, para perderla, hace unas semanas llegó
un hombre escapando de la justicia, y disfrutó de una auténtica noche de verbena,
que lo dejó tan agotado que, finalmente, no se resistió al cuchillo, ahora no
puedo recordar cómo empezó todo este divertimento, quizás porque siempre me ha
parecido que el mal habitaba bajo las sonrisas, y al quebrarlas encontré el
camino para que dejaran de fingir y se liberaran con un torrente de lágrimas,
al mismo tiempo que me convertía en prisionero de este parque de atracciones
donde mi única ocupación es dibujar pesadillas, tal vez algún día llegue el que
me libere a mí, el que me ofrezca descanso, pero son muchas las horas que
dedico a minar el parque de trampas, aunque ninguna realmente mortífera, y
sería muy difícil atraparme, tal vez mi frágil memoria algún día me traicione,
y sea mi propio verdugo, cayendo en una de esas trampas y dejándome pudrir
entre el óxido.
Un relato que refleja lo que el paso del tiempo ocasiona en nosotros y el simil con una montaña rusa...al igual que la de la vida.
ResponderEliminarDe 2011 a 2013. Caramba!
¿Cuántos fantasmas de nosotros mismos habitan nuestra piel? ¿Cuántas veces morimos y renacemos, cuántas vidas conforman la propia, apenas separadas entre sí por una simple coma? Y aún a veces, jugamos a burlarnos de los fantasmas. Tal vez por eso mismo que dices, "porque siempre me ha parecido que el mal habitaba bajo las sonrisas, y al quebrarlas encontré el camino para que dejaran de fingir y se liberaran con un torrente de lágrimas". A menudo la sonrisa no es más que un escudo, pero nos ayuda a sobrevivir... hasta la siguiente vida.
ResponderEliminarAquí te dejo una de las mías, que no es escudo, sino abrazo. Un gusto leerte, como siempre