domingo, 10 de abril de 2011

Simulacro de naufragio (V): Ángeles o demonios



Aparentemente Luna parecía, de las dos, la menos trastornada, y por ella me enteré de que venían huyendo de su pueblo, donde trabajaban en un supermercado, aunque a esas alturas del campeonato me daba igual si me hubieran dicho que se ganaban el pan en un depósito de cadáveres en Timisoara o en un prostíbulo de Tijuana, o si huían de una plaga de langostas o de una limpieza étnica.

Por mis venas circulaban ya un millón de estrellas, y con sus cosquillas me despertaban, ahora sí, unas sonrisas con las que enfrentarme a otro episodio más de la cotidiana locura, así que acepté, sin demasiados reparos, trasladar nuestros esqueletos desde el Espantasueños hasta la Salamandra.

Después de secretearse alguna mierda al oído decidieron seguirnos, quizá porque ya estaban animadas con el vacile, o sencillamente porque no tenían ninguna alternativa mejor.

Los zombis ya se habían hecho con las calles, y habían colonizado también todos los locales que seguían abiertos, pero a esas horas nosotros también estábamos infectados, y habíamos dejado de ser humanos.

En la más lúgubre de las catacumbas que frecuentamos estaban poniendo la música idónea para desgarrarse la carótida a mordiscos, pero para no seguir haciendo sangre insistimos en las estrellas, mientras que las jovencitas se pasaban a drogas más duras, como el tequila, para envejecer rápido y tener cadáveres tan tristes como los nuestros.

Con esta apuesta aumentaron también la tontería, quizá a estas alturas se creían ya inmortales, y nos sintieran rendidos ante sus pies, adorándolas como diosas, pero lo cierto es que a Roi se le multiplicaban los frentes, con la aparición de varios satélites, al Nota se le acababa la paciencia y les devolvía los disparos con la misma puntería, y a mi ya me empezaban a pesar los huevos, todavía era posible un poco más, con la batería de insultos de Vann.

Fui a vaciar la vejiga un par de veces, por si eso aligeraba un poco el lastre de mi saco de rencor, y la situación no variaba, así que amagué con despedirme y perder de vista a las elementas, a mis colegas y al resto de la puta humanidad, pero también tenía curiosidad en ver en que acababa todo aquello, y me quede.

El que desapareció fue el Nota, y cuando nos fuimos en su búsqueda también desaparecieron las bellacas, así que no quedaban más excusas, ya estaba cerrando la Salamandra y la primavera se había muerto definitivamente, y solo quedaba lugar para los sueños, o para despertar de aquella pesadilla en la relativa seguridad de las paredes frías de mi refugio, sin ángeles ni demonios.

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